La villa de Castellbó es una antigua población medieval encaramada alrededor de la escarpada colina del castillo que le da su nombre.

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Cuando Borrell II de Barcelona era también conde de Urgel, dominaba un territorio tan vasto que físicamente no le era posible gobernar todas sus regiones en persona. En cambio, necesitó hacerse de un equipo de ayudantes que lo representaran en cada sub-región (vizcondes). En este contexto, en el año 998 cedió las tierras que poseía en el valle de Castellbó al vizconde Guillem de Urgel. 

Décadas más tarde, el bisnieto de Guillem, llamado Pere Ramón, se unió en matrimonio con Sibila de Cerdaña convirtiéndose así en vizconde de Cerdaña, y cambiando su título nobiliario urgelense al de “vizconde de Castellbó” por ser aquél el lugar en el que residía. El condado de Urgel contaba con otros representantes del conde, por ejemplo el obispo en la Seu y el vizconde de Áger en el Bajo Urgel. Por claridad, era razonable designar a cada vizconde por su localización geográfica. Pere Ramón fue sucedido por Ramón de Castellbó y éste por su hijo Arnau, quien, al casarse con Arnaua de Caboet, incorporó por matrimonio los valles de Cabó, Andorra y San Juan al vizcondado.

 

En 1195 el vizconde Arnau de Castellbó le otorgó a la villa unos primeros privilegios que la convirtieron en el gran centro económico del vizcondado y favorecieron un crecimiento notable. Su única hija, Ermesenda de Castellbó, heredaría un vizcondado próspero que se extendía desde el valle de Cabó en el sur hasta el de Andorra en el norte, abarcando las poblaciones de Organyà, Tor, Meranges, Sant Martí, Queralt, Miralles, Adraén, Taús y Estamariu, así como grandes campiñas de tierras fértiles. 

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La ubicación del castillo de Castellbó no fue elegida al azar. La existencia de una colina bastante empinada que controlaba el lugar donde se juntan los ríos de Carmeniu, Sendes, Albet y el Río Blanco de Castellbó, determinó la creación de un punto de control sobre los caminos que unían la parte baja con las partes altas del valle y, de paso, el valle del Segre y las tierras del Urgellet con el Pallars.

 

Una pequeña fortificación, llamada Castell-lleó, (que en catalán significa “Castillo-león”) existía en este emplazamiento mucho antes del año 1000. Este nombre luego evolucionó hasta devenir en “Castellbó”. Más adelante, ya en la plena Edad Media, cuando esta fortificación ya se había convertido en el castillo de Castellbó, las casas de los vecinos, situadas al pie del castillo, empezaron a ocupar los márgenes del camino que iba al Pallars y lo convirtieron en una calle que pasaba por dentro del pueblo, dando lugar a lo que se convertiría en la calle Mayor de la villa de Castellbó, tal y como lo es en la actualidad.

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Al pie de la colina, como un gran foso natural, el Río Blanco de Castellbó contornea buena parte de la villa, sirviéndole de defensa ante los grandes enemigos históricos de los dominios de Castellbó: los hombres del obispo de Urgel. Este río es atravesado por un puente de piedra de un solo ojo, que si bien no es el mismo que existía en la época medieval, se encuentra en la misma ubicación y tiene una forma similar a la del antiguo puente, cuyo arranque todavía se puede contemplar al pie del núcleo principal de la población, junto a la carretera.

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En el siglo XIII la villa de Castellbó, así como sus poblaciones aledañas en todo el vizcondado, dieron asilo a miles de cátaros desplazados del Languedoc por las despiadadas cruzadas albigenses. 

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Hoy, el encantador pueblo de Castellbó, en la actual España, mantiene intacto su espíritu medieval. Del castillo apenas quedan ruinas. Pero el escudo de armas de Arnau y Ermessenda sigue luciéndose con orgullo en sus pintorescas calles empinadas que en el presente albergan apenas unos ochenta habitantes.

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